Dictionary Entry 1: Eutopía
Origin: Global South
Region: Latin America
By Sylvia Marcos y Carlos Tornel en diálogo con el pensamiento de Jean Robert
La palabra eutopía proviene del griego eu (bueno) y topos (lugar), y significa literalmente “el buen lugar”. A diferencia de la utopía (ou-topos, “no lugar”), que remite a una promesa futura e inexistente, la eutopía alude a lugares reales, ya existentes, donde se prefiguran formas de vida alternativas al orden dominante. En esta entrada, inspirada en el pensamiento de Jean Robert, se desarrolla la eutopía como una experiencia encarnada de ruptura con la modernidad capitalista, visible en prácticas autónomas, vernáculas y comunitarias que resisten la guerra contra la subsistencia, la desmesura tecnológica y el vaciamiento del lugar por el espacio abstracto. Retomando conceptos como la contraproductividad, el pensar con los pies y la crítica a los monopolios radicales —en diálogo con Ivan Illich—, se afirma que la eutopía no es un plan o una meta, sino un compromiso cotidiano con formas de habitar que sostienen la vida desde el arraigo, la reciprocidad y la proporción. Lejos de ofrecer un futuro ideal, la eutopía invita a redescubrir los fragmentos del mundo bueno que aún persisten en medio del colapso de la modernidad.
Definición y orígenes del concepto
La eutopía, retomada por Jean Robert (2022a), se propone como una distinción radical frente al concepto de la utopía. Mientras la utopía se refiere a un “no lugar” (ou-topos), es decir, una proyección imaginaria de futuro ausente, la eutopía (eu-topos, el buen lugar) señala la existencia ya presente de prefiguraciones reales que anuncian otras formas de vida. Lejos de los programas o sistemas totalizantes y del horizonte teleológico del desarrollo, la eutopía se manifiesta en experiencias concretas de ruptura con la modernidad capitalista, que permiten vislumbrar la emergencia de lo otro (aquello que ha sido desvalorado por la modernidad) en el aquí y ahora.
El concepto fue desarrollado por Jean Robert, y aunque no fue desarrollado por escrito, sigue una larga tradición de lo que podría catalogarse como una forma vernácula de pensamiento y acción que busca romper con las lógicas de dependencia de la modernidad y el desarrollo, al tiempo que propone una política prefigurativa enraizada en la práctica de la vida cotidiana. El concepto aparece una vez en el libro Más allá del feminismo: caminos para andar (Millan, 2014), en una referencia directa a Robert, aún así, después de una minuciosa revisión de su trabajo escrito no encuentro referencia directa al concepto, lo cual me lleva a argumentar que siguiendo los pasos de Iván Illich, Jean Robert posiblemente lo utilizó en una práctica oral, pensando en la importancia de la práctica sobre la teoría. Es desde esta lectura que proponemos una visión de este concepto siguiendo el pensamiento de Jean Robert y retomando varios de sus conceptos e ideas las cuales siempre estuvieron encarnadas en su práctica.
La eutopía se inscribe en un compromiso radical con la vida: no puede aparecer en un mundo regido por abstracciones, planeación y crecimiento, sino que sólo aparece en prácticas a pequeña escala, en entramados comunitarios y en reciprocidad, la toma de decisiones consensuada, la impartición de justicia comunal, el ordenamiento de género en clave no jerárquica o la inclusión activa de las diferencias. Son prácticas que recuperan la soberanía comunitaria desde los márgenes de un mundo que ha sido devastado por la lógica del capital, la desmesura tecnológica y la uniformización de la existencia (Robert, 2022a). La eutopía no busca conquistar el futuro, sino sostener lo que ya existe en clave de resistencia y regeneración. Esta mirada resuena con las propuestas de Ivan Illich sobre la autonomía, la subsistencia y la convivialidad, con quien Robert sostuvo un diálogo fértil durante más de tres décadas.
Eutopía es pensar con los pies
El pensamiento de Jean Robert parte del cuerpo y del lugar. “Pensar con los pies” fue una de sus máximas: una filosofía encarnada que se opone al fetichismo del conocimiento abstracto, tecnocrático y desencarnado (Sicilia, 2022). Frente al homo technologicus, al homo transportandus o al homo oeconomicus, Robert propone el caminante. No el consumidor de infraestructuras, sino quien se desplaza con sus propios medios, a escala humana, sin ser expropiado de sus sentidos ni de su arraigo. Este gesto no es nostálgico ni romántico, sino profundamente político: es un acto de autonomía frente a los monopolios radicales de la movilidad, la energía, la educación o la medicina (Illich, 1978).
La eutopía, en este sentido, es también una crítica práctica a la guerra contra la subsistencia. Según Robert (2022b), desde hace más de cinco siglos, la modernidad ha librado una ofensiva sistemática contra las formas de vida autónomas, desvalorizando toda actividad que no se someta a la lógica del mercado. Esta guerra funciona a través de la producción de la escasez, al destruir o desvalorizar las condiciones materiales, políticas y sociales que permiten vivir sin depender de instituciones, expertos, industrias o estados. Como Illich (1978) mostró en La convivencialidad, y Robert en Los pobres reinventan la política (2012), la pobreza ha sido transformada en miseria mediante la destrucción de las economías y prácticas vernáculas.
Robert sostiene que la modernidad ha transformado profundamente el significado de la pobreza, convirtiéndola en una condición de dependencia estructural. Siguiendo a Illich, plantea que el “pobre moderno” es un pobre modernizado, obligado a consumir bienes que antes eran signos de riqueza y hoy son necesidades impuestas (Robert, 2012). La pobreza deja de ser una forma de subsistencia autónoma y se redefine como carencia en función de estándares mercantilizados. El pensamiento económico moderno contribuye a esta transformación al imponer la escasez como axioma, negando las capacidades, saberes y formas de vida de los pobres. Los saberes empíricos y comunitarios han sido sistemáticamente despreciados, en un proceso de epistemicidio.
Los transportes modernos, por ejemplo, son tecnologías contraproductivas que reflejan muy bien la forma en la que la escasez reproduce la noción de pobreza modernizada: prometen velocidad, pero devoran tiempo; prometen libertad, pero generan dependencia; prometen movilidad, pero destruyen el tejido territorial y comunitario. Las autopistas, los autos privados, los trenes de alta velocidad o incluso los vuelos de bajo costo, lejos de acercarnos, nos desconectan del lugar. La diferencia entre espacio y lugar es aquí fundamental. El espacio moderno es abstracto, homogéneo, planificable; el lugar es encarnado, simbólico, vivido. El primero permite la circulación de mercancías y cuerpos como unidades intercambiables; el segundo sostiene la memoria, la afectividad, el arraigo. La modernidad, con su lógica de urbanización, digitalización y planificación tecnocrática, ha sustituido los lugares por espacios funcionales. La eutopía, por el contrario, es una poética del lugar: “la voluntad de arraigo expresada en el acto de caminar” (Beck, 2022). Esta poética se expresa también en las prácticas concretas que Jean Robert promovió y construyó: sanitarios secos, autoconstrucción de vivienda, excusados ecológicos, defensa de territorios comunales, participación en luchas como la del Casino de la Selva, Atenco o el zapatismo. No se trata de soluciones técnicas sino de formas de vida que expresan una ética de lo suficiente y una estética de la proporción (Esteva, 2022).
Encarnar la Eutopía
La modernidad no sólo destruye alternativas materiales, sino que deslegitima epistemologías vernáculas, saberes no institucionalizados y formas de vida que no se someten a la lógica del valor de cambio. Por eso, la eutopía no aparece en los planes de desarrollo ni en los discursos de transición, sino en los márgenes: en la chacra que resiste a la monocultura, en la asamblea que se niega a delegar, en el gesto artesanal que se rehúsa a ser automatizado. Pero allí reside también su fuerza. Porque en un mundo devastado por el colapso ecológico, el fetichismo digital y la financiarización de la vida, las prefiguraciones eutópicas se vuelven brújulas que apuntan hacia otros horizontes. No se trata de sustituir el sistema por otro, sino de abandonar la lógica del sistema. No de reformar la modernidad, sino de desandar sus presupuestos. La eutopía invita a recuperar el buen lugar: no el lugar perfecto, sino el lugar posible; no el diseño total, sino la proporción justa; no la promesa abstracta, sino la experiencia encarnada. Como señalaba Jean Robert evocando la arquitectura gótica, se trata de recorrer el camino de la carne hacia la luz, pero también de retornar desde la luz hacia la tierra, para no perder el suelo que nos sostiene (Sicilia, 2022).
La eutopía por ejemplo, reivindica una revalorización política y existencial de “los pobres” no como objetos de ayuda o carentes de desarrollo, sino como sujetos de saber y acción política autónoma. Su crítica apunta a la miseria inducida por el capitalismo, que transforma el tejido social y destruye las condiciones de subsistencia, creando un mundo donde la riqueza y la pobreza no existen en sí, sino como polos inseparables de una misma lógica destructiva (Robert, 2012). En este sentido, la eutopía no es un proyecto sino un tejido que se sostiene a través de la cooperación. Jean Robert no nos legó una teoría cerrada, sino un modo de andar, una sensibilidad para lo común, una estructura radical en el sentido que se encarna en un lugar definido, que no se impone desde arriba, sino que surge y se acompaña desde el suelo. Por eso, Robert defendió la bicicleta, el andar a pie y los territorios y construcciones habitables, como tecnologías a escala humana que sostienen la posibilidad de la eutopía (Sicilia, 2022)
Quizás los movimientos de mujeres indígenas que reinventan la teoría desde el cuerpo, el territorio y la colectividad, articulando saberes ancestrales y luchas de género no desde la abstracción universalista, sino desde la corporización de la experiencia encarnan la eutopía como un principio de práctica descolonial (Marcos, 2023). La autonomía no se concibe como independencia absoluta, sino como interdependencia situada. La eutopía como práctica encarnada de vida buena en lo cotidiano dialoga directamente con la insurgencia epistémica feminista que emerge “desde abajo y a la izquierda”, en la medida en que ambas proponen horizontes de transformación no proyectados en un futuro utópico, sino anclados en prácticas vivas, presentes, resistentes y regenerativas que ya acontecen en los márgenes del sistema dominante.
Referencias
Beck, H. (2022). Jean Robert: una poética del lugar. En: Bajo el Volcán, 6: 47-56.
Esteva, G. (2022). Llegó el tiempo de Jean. En: Bajo el Volcán, 6: 31-45.
Illich, I. (1978). La convivencialidad. México: FCE.
Marcos, S. (2023). Una poética de la insurgencia zapatista. México: Akal.
Millán, M. (Coord.) (2014). Más allá del feminismo: caminos para andar. México: Red de Feminismos Descoloniales.
Robert, J. (2012). Los pobres reinventan la política. Tamoanchan, Revista de Ciencias y Humanidades, 1: 1-37.
Robert, J. (2022a). Producción. En: Bajo el Volcán, 6: 197- 220
Robert, J. (2022b). Primacía de la percepción o apocalipsis científico. En: Bajo el Volcán, 6: 173-196.
Sicilia, J. (2022). Pensar con los pies. En: Bajo el Volcán, 6: 21-30.