Las energías comunitarias en América Latina constituyen una práctica transformadora que busca garantizar la vida digna y la permanencia en los territorios frente a los impactos del modelo energético dominante, marcado por exclusión, despojo y dependencia. No se reducen a la electricidad ni a la técnica, sino que abarcan una visión integral de la energía como tejido social, cultural y político. Su origen está en comunidades, principalmente rurales, que han respondido a las secuelas de proyectos extractivos e hidroeléctricos, creando alternativas descentralizadas y respetuosas con la vida. Estas iniciativas se basan en principios como la solidaridad, el autoconocimiento, la desprivatización del saber y el buen vivir, promoviendo autonomía, salud y mejores condiciones de trabajo. En la práctica incluyen tecnologías y saberes diversos: biodigestores, sistemas solares, agroecología, bioconstrucción o mingas. Más allá de métricas técnicas, su alcance radica en forjar un modelo energético justo, sustentable y popular capaz de enfrentar la crisis civilizatoria y climática.